jueves, 27 de marzo de 2008

Niebla


Hay un aire de risa y el mundo se suspende cuando un hombre y una mujer conciben su hijo. Cada lugar se hace todos los lugares donde secretos hilos prenden el fuego íntimo, hoguera misteriosa donde cesan los extraños.
Seas quien seas, cuando te generaron no importó el andrajo, el oro, la risa o la furia. Nunca podrás imaginar qué vino encendió aquellos labios, qué música recóndita bailaron esos cuerpos adictos, que estrellas llenaron los cielos que acariciaron sus pieles desnudas.
Tus padres fueron esa vez un solo ser cruzado por el relámpago que encendió tu chispa.
Para que fueras, el amor no se detuvo allí, en esa fusión primigenia de la materia fundante: Te dieron la existencia al nombrarte en la oscura pradera del vientre, cuando aún no habías sido dicho, cuando tu futuro planeta errante aún carecía de palabras y de gestos.
Al nacer te diste la vida cuando te vieron los demás y todo fue un enorme espacio a desandar hacia tu madre, hacia el fondo de sus ojos. Su seno te ató a la tierra con sedas de leche. En el carro de sus palabras murmuradas aún recorres tu camino.
Has crecido único entre millones de semejantes. Todavía hay un espejo que te deja perplejo por ser tan diferente.
Para llegar hasta aquí has evitado, sin saberlo, sendas seguras hacia la gloria y hacia el fracaso. Sos, además, todos los que pudiste ser, y no fuiste.
Has elegido y te han elegido; el amor te reveló otro ser. Alguien todavía habla con vos en sueños; alguien te guía desde la muerte; podés mirar a los ojos al niño que fuiste y sonreírle.
Esta noche, tal vez mañana, beberás un vino con un amigo, o con tu sombra, y el vino por tu cuerpo será un cuchillo de luz cortando la niebla.
Con algo de ceguera y con un poco de clarividencia estás llevando adelante tu intento para que la pasión no se muera en tu copa.

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