sábado, 29 de marzo de 2008

Razón de Estado



El mosaico ambarino del suelo del parque, una imagen inversa, un espejo que completa el dibujo ígneo de los árboles cubiertos de alhajas inestables.
Los membrillos pendientes de explotar en perfume, el dulce que mi hermana hizo para mí, las granadas rasgándose en rubíes.
El pasto, hasta donde sé, cubierto de la gasa helada de la llovizna otoñal. Las pocas flores que insisten en sus llamados. El lomo de las abejas que responden la urgencia antes de la llegada de los fríos.
La remera de esa mujer que me pone en mi lugar desde la cola de la caja del supermercado con sólo mirarme. Las chispas y el oro generado.
Mi encendedor, mi tabaco, mi taza, la luz que da el fuego al final del pasillo.
Mi pelo y barba. Los choclos, los zapallos y los ajíes en mi huerta. Las bananas y los limones en la frutera.
Caí como una hoja leve del sueño a la vigilia.
Me he despertado sólo, por error o por espera.
Estoy cercado por la estación. Afuera se desmadeja la mañana en hilos de agua.
El amarillo es un estado del amor y una provincia de la melancolía.
No al revés.

2 comentarios:

Douglas Quail dijo...

Nostalioso cuadro del otoño. Siga así amigo poeta, siga escribiendo...

Unknown dijo...

Otoño en Mendoza... no puedo olvidar los álamos que pintaba Leopoldo.