sábado, 21 de junio de 2008

Yo no


Entonces llega el olvido como una niebla espesa y definitiva. Una niebla de partículas cotidianas. Una niebla de partículas húmedas y ruidosas. Hoy empieza el invierno. Para venir se ha puesto una máscara nublada y amarilla. Uno se despierta y anda. Las cosas, las sensaciones corren velozmente a sus marcas. El día se arma ante mis ojos. Parece que elijo las vestiduras y las mudanzas de la mañana. Entre tantos quehaceres andás vos que te quedaste del otro lado de la cortina, en las regiones ingrávidas del sueño. Eso lo intuyo en mi yo que casi nada sabe.
Ya no sé, por ejemplo, cómo fue que te hice lugar en el acantilado. Supongo que el amor se repite a si mismo y abajo el mar se bate con monstruos y arriba el cielo se bate a punto nieve. Esas cosas del borde de los tiempos, esas notas animales, esas bases ante el viento y la muerte. El imposible de una palabra después de la siguiente, unos ojos encontrados en un desván de estrellas, dos cuerpos que no se desdoblan, el buen silencio donde se oyen los corazones y la voz de la bestia, el levantarse entre risas y enfrentar el cierzo y el sueño en mitad de la noche. Y todos los gestos que acechan.
El recuerdo es el todo que nada en el cuerpo sutil del olvido: la vibración, el rumor, el silencio estruendoso. El cuchillo clavado en la arena.

1 comentario:

Alacran Sonriente dijo...

Esto del olvido recién empieza. Es un conjuro al sufrimiento, inexorable. Y, mirá, no hay amor que lo levante.