
Desde hace días caen los damascos maduros junto a mi ventana. El viento, a veces la lluvia, mecen las ramas y caen, heridos de muerte, dulces y vanos.
Esta mañana descubrí a la perra del vecino comiéndolos. La perra es blanca, lanuda, enorme. Demasiado elegante para estos desiertos. Saborea lentamente la pulpa y deja los carozos. Cuando me ve, huye. Pero no se va lejos. Salí a darle de comer a mi perro y entonces ella se acercó. Tenía hambre también. Comió unas sobras de arroz con remolachas. No me deja que la toque. Se llama Lola. Como mi mamá.
Hoy hace tres años que mi mamá se murió en mis brazos, inconciente y dulce. Mi vieja que era como esa fruta que cae junto a mi ventana. Si hubiera estado viva, habría hecho mermelada de damascos. Era de las cosas que mejor le salían.
Mas tarde, después de mucho tiempo sin ir, fui al cementerio. No voy por los muertos, voy por mi mismo. A encontrarme cara a cara con el dolor. Por eso prefiero ir solo. Compré dos ramos de siemprevivas y tres claveles rojos. Al subir las escalinatas ya iba emocionado. Recorrí los doscientos metros con los ojos picantes de lágrimas sin salir. Me equivoqué de fila. La municipalidad esta haciendo algo con los muertos. Incomprensible, por supuesto, para los vivos. Por fin, di con el nicho de granito gris. Allí están los restos de mi hermano Ñacuñan, de mi abuela Adalgisa, y de mi madre, en orden de desaparición. Al pie de la tumba hay un pequeñísimo cantero con enamoradas del sol. Fucsiamente enamoradas. Nada más. No había frascos para mis ramos. Pero encontré dos en el sepulcro vecino. Puse un clavel y un manojo de siemprevivas en cada uno. Después eche agua en la piedra, para lavarla y para regar las enamoradas del sol. Tenía la vista empañada por las lágrimas. Un leve olor a muerto me acompañó el minuto en que me quede mirando la nada gris. Fue una compañía amistosa.
Camino a la tumba de mi padre, encontré un túmulo de siemprevivas muertas. Tomé un ramo para usarlas como semillas. Los restos de mi padre están en otra parte, nicho 129, emparedados junto a los de su hermana Tita. Para llegar ahí hay que subir una escalera. Las paredes están pintadas de amarillo, al agua. Cerca del nicho de mi padre, el olor a muerto era mas intenso. Él no estaría a disgusto. Le gustaban esas cosas. Puse en un recipiente de cinc el resto de las flores que había comprado. Pensé, al poner el clavel rojo, que a él también le hubiera gustado pensar que era un clavel comunista.
Quince minutos después de haber entrado, salí del cementerio y ya no lloraba. Al subir al auto pasó una chica mostrando los pechos, era lo único más o menos tratable de su persona. Al pasar junto a mí, escupió. Sin impulsar la saliva, solo dejándola que le cayera de los labios, como escupen las mujeres y los que mascan tabaco. No creo que me haya visto.
Después volví a Cuadro Benegas. En la siesta, asustados por la brisa, los damascos siguen cayendo junto a mi ventana, dulces y vanos. Lola debe estar con sus dueños, mis vecinos. Me he propuesto sembrar las siemprevivas muertas.
En mi cabeza y en mi pecho he estado todo el día escribiéndole a mi mamá. A la Lola le gustaba sembrar siemprevivas y hacer dulce de damascos. Hace tres veranos que la extraño. Parece mentira.
Esta mañana descubrí a la perra del vecino comiéndolos. La perra es blanca, lanuda, enorme. Demasiado elegante para estos desiertos. Saborea lentamente la pulpa y deja los carozos. Cuando me ve, huye. Pero no se va lejos. Salí a darle de comer a mi perro y entonces ella se acercó. Tenía hambre también. Comió unas sobras de arroz con remolachas. No me deja que la toque. Se llama Lola. Como mi mamá.
Hoy hace tres años que mi mamá se murió en mis brazos, inconciente y dulce. Mi vieja que era como esa fruta que cae junto a mi ventana. Si hubiera estado viva, habría hecho mermelada de damascos. Era de las cosas que mejor le salían.
Mas tarde, después de mucho tiempo sin ir, fui al cementerio. No voy por los muertos, voy por mi mismo. A encontrarme cara a cara con el dolor. Por eso prefiero ir solo. Compré dos ramos de siemprevivas y tres claveles rojos. Al subir las escalinatas ya iba emocionado. Recorrí los doscientos metros con los ojos picantes de lágrimas sin salir. Me equivoqué de fila. La municipalidad esta haciendo algo con los muertos. Incomprensible, por supuesto, para los vivos. Por fin, di con el nicho de granito gris. Allí están los restos de mi hermano Ñacuñan, de mi abuela Adalgisa, y de mi madre, en orden de desaparición. Al pie de la tumba hay un pequeñísimo cantero con enamoradas del sol. Fucsiamente enamoradas. Nada más. No había frascos para mis ramos. Pero encontré dos en el sepulcro vecino. Puse un clavel y un manojo de siemprevivas en cada uno. Después eche agua en la piedra, para lavarla y para regar las enamoradas del sol. Tenía la vista empañada por las lágrimas. Un leve olor a muerto me acompañó el minuto en que me quede mirando la nada gris. Fue una compañía amistosa.
Camino a la tumba de mi padre, encontré un túmulo de siemprevivas muertas. Tomé un ramo para usarlas como semillas. Los restos de mi padre están en otra parte, nicho 129, emparedados junto a los de su hermana Tita. Para llegar ahí hay que subir una escalera. Las paredes están pintadas de amarillo, al agua. Cerca del nicho de mi padre, el olor a muerto era mas intenso. Él no estaría a disgusto. Le gustaban esas cosas. Puse en un recipiente de cinc el resto de las flores que había comprado. Pensé, al poner el clavel rojo, que a él también le hubiera gustado pensar que era un clavel comunista.
Quince minutos después de haber entrado, salí del cementerio y ya no lloraba. Al subir al auto pasó una chica mostrando los pechos, era lo único más o menos tratable de su persona. Al pasar junto a mí, escupió. Sin impulsar la saliva, solo dejándola que le cayera de los labios, como escupen las mujeres y los que mascan tabaco. No creo que me haya visto.
Después volví a Cuadro Benegas. En la siesta, asustados por la brisa, los damascos siguen cayendo junto a mi ventana, dulces y vanos. Lola debe estar con sus dueños, mis vecinos. Me he propuesto sembrar las siemprevivas muertas.
En mi cabeza y en mi pecho he estado todo el día escribiéndole a mi mamá. A la Lola le gustaba sembrar siemprevivas y hacer dulce de damascos. Hace tres veranos que la extraño. Parece mentira.
7 comentarios:
A Carlos y a Lola (seguramente a Ñacu también) les gustaría lo que escribís. Porque llega muy adentro, toca el alma o como se llame eso que hace que se te oprima el pecho y se te agüen los ojos.
Mi abrazo más fuerte y sentido. Te quiero, primo.
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http://luminata55.blogspot.com
me encanta como sentis y haces sentir... por un momento estuve ahí,a tu lado
me gusto mucho:concluí que los damascos son inconscientes dulces y tiernos como mujeres, que la mermelada es un fruto y un ritual siemprevivo.Me parece muy poético dentro de la estructura del relato que la perra Lola sea arisca y luego ausente.El uso de orac. breves con omisión del sujeto dan la sensación de dar un paso pero volver atrás buscando referentes gramaticales, referentes de la vida.Y gracias por el momento de abstracción poética.
Monica
Poli querido, no es dificil seguirte en tu viaje hacia tu dolor cuando fuiste al cementerio, camino que hicimos de noche un dia, Ñacuñan y yo. La Lola se fue sin darme la receta de dulce de damasco al sol, y bueno; un día cuando le hablaba desde aquí,me dijo: te dejo que se me quema el dulce de damasco que está en el fuego, y se fue sin darme la receta. Estuve con vos en esta visita y envidié a la perra que se come los damascos llenos de miel en su centro, qué lujo. Como siempre, me encantó estar un poquito a tu lado cuando te leí, y estoy seguro que los tres se alegraron del rojo de los claveles, tu mamá, tu papá y el Ñacu. Un abrazo sentidísimo y yo también la extraño, era mi segunda mamá.
hermoso hermano yo se como Lola hacia el dulce de damasco tuve la suerte de compartirlo con vos en aquellos dias de infantes en los que recorriamos nuestras vidas atras de una pelota de cuero. es verdad a Carlos tu viejo le hubiera gustado mucho ese clavel...
un abrazo de tu amigo de la niñez y de hoy como siempre Topo hoy por los avatares de la vida firma sus comienzo en las letras con el seudonimo de Arkangel
Tanto deliras peyotero...
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