
Viernes 16,30 hs.: “Papá, vamos a San Juan”, mensaje de texto: Manuel.
“No puedo”, mensaje de texto: Yo.
V.16,45 hs.: “Papá, lo necesito. Por favor, bla, bla, bla(palabras irreproducibles entre el pedido, la amenaza y el ruego)”, mensaje de texto: Manuel.
V.16,46 hs.:“Mañana a las 13 te paso a buscar por Mendoza”, palabras finales de mi llamada.
“Gracias, papi, te amo” últimas de Manuel, después de mi llamada.
Así, o más o menos, empezó todo. Lo que sigue es que fui a Huachuma, y volví para contarlo.
Sábado 7,30 hs.: Preparo una muda de ropa de campo y, en la mochila, el austero ajuar de un viajero estoico, una soga, un machete, una linterna, una crema nivea para piel sensible, una malla. Baño y desayuno sumario.
S 9,30 hs.: La nao bordó en marcha. No llevo mapas, ni antecedentes sobre el santo.
S 12,16 hs.: en la puerta del departamento de Manuel, después de recorrer mis primeros 260 km de la mañana, desde Cuadro Benegas a Mendoza. Cargamos su interminable equipamiento. Llega un taxi. “Facundo viene con nosotros. Me había olvidado de decirte”. Su amigo sólo tenía su cuerpo que llevar y un taper con pollo.
S 13 hs.:Chau, Mendoza. Narcocorridos con los “Tigres del Norte” y otras lindezas aportadas por mi hijo. Al palo, proa al cielo.
S 15 hs.: A las tres de la tarde dejamos atrás cualquier rastro de urbanismo y rodamos por el desalmado páramo sanjuanino que mató a la Difunta Correa y perdonó a su hijo. Arena y chaparrales y el sol. Antes de la difunta, el gauchito gil (con una silla de ruedas de los años 30 entre los exvotos) y el enigmático “Difuntito Pelado”.

S. 16,30 hs.: El monte del costado se va espesando y aparecen los primeros cardones. “Que san pedro nos proteja”, pienso. En esa tierra hay más santos que cristianos. En algún año del siglo XIX se registraron más defunciones que nacimientos. Tuvimos Sarmiento, concluyo, de pedo.
S.16,45 hs.:Con el ritual de rigor, Manuel, ayudado por los espíritus del desierto, troncha un brazo de un cactus que preside la vista hacia los llanos riojanos y sus miles de remolinos. Nosotros, esperamos en el auto, soportando el calor y las miradas de los pocos transeúntes.
S. 17hs.: Entre serranías, llegamos al pueblo de Huachuma. Menos de mil almas. No más celulares. Jacarandás y verde, mucho. Arreglamos el alquiler de una cabaña ganándoles, por buenos, a unos gendarmes. Nos dicen que habrá fiesta esa noche. Eligen a la reina. Como pa reinas estamos. Nos sacamos el desierto en la pileta municipal, primero, y en la ducha vacilante, después. La primera etapa ha concluido. Hemos llegado. He recorrido más de 600 km hasta Huachuma.
El resto de la tarde se pasa en los preparativos del brebaje de acuerdo a recetas aportadas previamente por semichamanes de actitud psiconáutica.
S.19 hs.: Ligera merendola. Queso y almejas en lata. Desde ahora, esclavos, ayuno.
S. 23 hs.: Me voy a la cama. Dejo a los aprendices de brujo trabajando. Doy miles de vueltas en la cama, cavilando sobre la magia, el espíritu, los rituales indígenas y lo lejos que están de mi persona. Yo, tan al borde de todo, me debo de haber perdido alguna sabiduría milenaria.
Domingo, 2,25 hs.: me despierto urgido por las entrañas renales. De un golpe de olfato descubro que los nigromantes se han quedado dormidos y la piedra filosofal se está yendo al carajo en un rescoldo amarronado. Los despierto. Se echan culpas. La culpa, obviamente, es del Facundo, que sólo tenía que estar atento a la cocción. Revivimos el espíritu del Sanpedro con un par de litros de agua. Manuel parece querer hipnotizar a las cacerolas. Obseso, les exige: denme, denme.
D, 7,17 hs.: Manuel, ya equipado como para tomar Bagdad o Basora.
Time is now. Llenamos con la pócima tres botellas de geitoreid y brindamos con un resto que quedaba en el caldero. Nos encomendamos y saltamos a la nave bordó.
D, 8 hs.: Después de atravesar un purgatorio para autos en forma de río seco, dejamos la berlingo a la sombra de un caldén, junto al puesto que abre y cierra la entrada al valle. La gente del puesto, a esa hora, duerme. Sólo un perro nos ladra con desgano. Cargamos solo lo indispensable (tres botellas en la fuente) y nos internamos rumbo a la Quebrada del Lion. Caminamos por el lecho rocoso del río. El agua aparece con intermitencias. El paisaje en las sierras que nos circundan es majestuoso: quebrachos, algarrobos centenarios, y cardones, millones.

Manuel se distancia. Lleva un bastón alpino de caña y mucho, mucho apuro. Vaya perfomance. Facundo lo sigue, cada vez más distanciado y más distante del mundo real. Yo cierro, recogiendo piedras y llenándome de paisaje. Tomo a sorbos cortos el brebaje que a estas horas aparece ceniciento, como con vida en su interior. Estamos en los dominios del puma y del cóndor.
D. 9,15 hs.: Llegamos a un puesto abandonado: el ingreso a la quebrada. Nos sentamos. Manuel, que todavía anda peleando, me trata de cagón al ver que mi geitoreid está por la mitad. Efectivamente, me voy a hacer mis necesidades mayores entre dos algarrobos gigantescos. Desde donde me doblo, los escucho vomitar. Yo tranquilo, de a sorbitos, la llevo. El mundo está un poco más verde. Verde amarillento. Como si de un gas se tratara, de una luz nueva. Comemos dátiles y compartimos una naranja. Dejamos todas las prendas que nos prenden todavía. Manuel pide que lo sigan, sin mucho éxito. Sube un cerro. Yo, bajo al arroyo, a la arena, donde la civilización me manda. Incluso extraño a mi mujer, un par de amigos y un sillón. Un colibrí me ronda. Facundo vacila, tirado al sol sobre una roca, a veinte metros de mi posición. Después confesaría que no nos miraba porque no sabía cual era el frente y cual el envés del interlocutor. Ese pibe tiene los ojos acuosos y no ha traído ni un sombrero, pienso. Vaya a saber si saca que estamos en la selva en el medio del desierto, bajo un sol límpido, como el filo de un cuchillo asesino. Al rato, vemos al Manuel en una cima. Iniciamos el ascenso. Con ímpetu.

Desde arriba dominamos el valle, el mundo y sus alrededores. Una voz interior me dice: después hay que bajar. Otra voz, me dice: más tarde tenemos que llegar a la berlingo, una hora mas allá, entre el calor y las rocas. Las hago callar. Pero se quedan bisbiseando. El Manu se ha instalado entre dos rocas gigantescas y fuma. Facundo también. Escucho agua. Miro hacia el otro lado del cerro y veo. Cascadas, mas selva, mas arena, mas cielo, mas cardones, mas gas verdoso. Vamos al agua, propongo. Bajar es como subir, sólo que ya ni sé la hora que es. Nos metemos entre las grietas de las rocas gigantescas, jugando. El Manuel ya no pelea. En el agua hay unas arañas que parecen flotar como mosquitos, o viceversa. Me saco la ropa y me meto en el agua. Cuántos años tengo! Tengo como diez o quince quilos sobrantes con respecto a Adán o a Tarzán. Y todos como flojos, como en terrazas colgantes. Manuel se adhiere a una roca de granito que fija el sol de la mañana. Se conecta por los terminales del abdomen a la piedra. Admiro su estado físico, trepando por los bloques de basalto. Facundo, vacila, sentado en una roca, más allá. Yo hago un nido en la arena, en la sombra y me dejo derivar. Pienso en mi hermana, junto al pozo hediondo del dolor; pienso en el Manuel, tan bello como inaccesible; pienso en mi vida. De lleno. Llena, intensa. En las pérdidas y en los encuentros. Tranquilo, casi en paz. Si no fuera por las voces del regreso y del después, diría que tengo las facultades alteradas. El estado no me quita la ansiedad por fumar un cigarrillo. Vuelvo al vivac a buscar el tabaco. Mientras armo mi cigarro, me da la sensación de no estar sólo. Casi en la piel. De súbito escucho la primera cabra, y después el resto. Avanzan, ramoneando entre los arbustos. Hay algo de brisa. Los cardones oscilan con el viento, suaves, hieráticos. Parecen iguanas fijas apuntando hacia el cielo. Cuanta belleza en este lugar! Deja sin aliento. Los chicos juegan en los campos del señor. Los busco. Volvemos al puesto abandonado. Conversamos. El Manuel tiene los ojos bellos y el rostro como un cardón, lleno de pelos, que le resaltan la extrañeza con el mundo. Sacamos fotos a una cabra. Suponemos que el dueño de la marca Cardón se volvió loco como una chiva y pastorea con las otras, por ahí. Nos reímos mucho. El Facundo vacila. Se ha hecho un siete en el culo de su pantalón antidesgarro y se le vislumbra un calzoncillo con corazones.

Han andado algunos depredadores de cactus antes. Hay varios esqueletos leñosos de esos que algunos artesanos convierten en tulipas de veladores. Manuel dice que quiere llevarle un tronco seco de cardón a su madre. Busca. Encuentra uno tirado sobre una atalaya que domina el valle entre dos cardones gigantescos. Me pide que lo arranque de la tierra por las dudas que tenga alguna alimaña en su interior. “Papi, me lo sacás?”. Lo extraigo de la tierra y lo tiro a un par de metros, no sea que tenga una alimaña adentro. Manuel emprende el corte con el machete. Quiere llevarle un cilindro más o menos perfecto a Mami. Yo procedo a mear por ahí cerca. De repente se detiene con la cara descompuesta por la impresión. “Papi, que es esto? Mirá, una araña o una víbora”. Me pasa el machete. Meto la punta de la hoja en una hendidura y abro. Hay algo blanco, lechoso, en el interior seco del cardón. “Un cuarzo”, digo. Mi hijo introduce dos dedos por la rajadura y saca la piedra del tamaño de un puño. “Se ha quedado presa por cientos de años dentro del tronco. Tiene el espíritu del cardón. Encontraste el talismán que te protegerá el resto de tu vida”, opino. Manuel sopesa la piedra, la acaricia, la pasa por su piel. Facundo mira asombrado. Los cardones se prenden de las rocas, es probable que una astilla de cuarzo blanco se haya desprendido de la piedra base y se haya convertido en una especie de tumor lunar en la pulpa del centro del cactus (hipótesis). Estamos relajados. Ese hallazgo vale el viaje.
Decidimos que tenemos hambre y que debe ser mediodía. Pensamos en chivo o en asado. Hace calor. Me alegro tanto de estar protegido del sol.
Empiezan los argumentos: asado, pileta, cama, tal vez hasta chivo. La civilización como una estrella refulgente nos llama a sus brazos.
D.14,30 ó 15,04 hs.: Domingo, seguro. Emprendemos el regreso. La cañada es abstrusa. Caminamos, tropezamos, caminamos, tropezamos. Volvemos. En el camino nos encontramos con algunos lugareños que viajan en burro o en mula rumbo a Sierra de Rivero o a Sierra de Elizondo, jornada o jornada y media hacia arriba, por senderos pedregosos. Llevan anchos sombreros de paja, gafas de sol con diseños pasados de moda y guardamontes para protegerse de la temida uña de gato. Son amistosos y se quedan charlando con nosotros. Hablan de la seca y de la fiesta de la noche anterior. Charlamos con naturalidad.
Después de una hora y media caminando llegamos al puesto donde tenemos la berlingo. El sol arrecia en la siesta sanjuanina. Hay gente en el puesto. El dueño de casa, Duilio, nos invita a la enramada y a unos mates. Nos sacamos los lentes y enfrentamos la situación. Estamos bien. Salvo, quizás, Facundo que sigue mirando pa otro lado. Duilio es pura fibra. Ha construido un puesto precioso con sus propias manos: granito y quebracho; huerta, árboles y agua. Tiene casi mi edad y conoce el monte, sus animales y sus plantas. Se expresa con inteligencia. Ha viajado. Ha vivido afuera de la sierra y ha optado por volver a su lugar de origen. Conoce hasta Brasil y Uruguay. “Acá viene mucha gente por el tema de la droga. Pero ni saben cual es el verdadero cactus. Hacen desastres. Nosotros cuidamos este lugar porque es la tradición de mis abuelos. Somos generaciones viviendo acá”. Su mujer y sus hijos tienen los ojos como piedras negras, impresionantes. Se presentan, se integran. Al rato se escuchan ruidos fuertes río abajo. De pronto el aire explota, violentado por una decena de imbéciles en sus motos. Con trajes chillones, los pequeños burgueses de los pueblos cercanos juegan con sus máquinas atronadoras. Pasan por la huella frente a la casa a 80 km por hora. Nunca ven que hay gente, ni perros, ni niños. “Aceleran hasta que se encuentran con el pozo del río”, ríe la mujer de Duilio. “Esto es contaminación auditiva”, suma el marido con paciencia.
Volvemos a la berlingo. El purgatorio de autos se me antoja más dificultoso que en la mañana. Avanzamos a paso de hombre, sorteando piedras y arena.
D. 17,30 hs.: Llegamos a la cabaña. Hay gente en la pileta. Un lugareño, Vicente Peñaloza, se empeña en hacernos el asado y quedarse con nosotros. Lentamente la sensación de armonía se va yendo. Estamos cansados y satisfechos. Comemos.
D. 18hs.: Nos encontramos con una pareja de porteños que quieren instalarse en la zona, pero encuentran resistencia de algunos pobladores. Medio jipones. Llevan tres meses en la zona y aún no probaron el cactus. Se están preparando. Se toman su tiempo, se ve.
D. 22 hs.: Duilio ha bajado al pueblo. Nos abre la puerta de un taller de artesanías que dirige. Compro una tabla de algarrobo y Manuel una viciera bordada para el mate de la madre. Nos quedamos conversando con Duilio. Nos trata con afecto. Nosotros también, recíprocamente. Nos insta a que, en el próximo viaje, paremos directamente en su casa. Nos damos la mano como viejos amigos. Manuel le regala un cuchillo español.
D. 23,45 hs.: Me acuesto pensando que si yo fuera del lugar detestaría a los psicoturistas que ni ven por donde andan.
Lunes, 5 hs.: Emprendemos el regreso. Me quedan diez horas de viaje por delante para terminar la maratón que inicié el sábado a la mañana. Facundo y Manuel duermen casi todo el viaje hasta Mendoza. Después viajo solo hasta San Rafael.
Me siento limpio, un poco más sabio y en mejor relación con mi hijo. Tengo una conciencia cruda de mi edad y de mi estado de adaptación a la vida sedentaria.
Me prometo volver a Huachuma.
5 comentarios:
Sin palabras, primo. La vivencia personal, la prosa, las imágenes. Nos llevás con vos en tu viaje. Me encantó. Es un cortometraje, allí hay un guión excelene.
Un abrazote.
Que lindos recuerdos, Carlos, viví en San Juan tres años y supe andar por esas inmensidades, donde el aire y el silencio te expanden el pecho y la mente, es triste pasar de ese sueño a digerir la realidad de que el "Hombre" nos quiere desaparecer en unos años....te espero en http://arte-sano-eduardo.blogspot.com
eduardo
Estupenda sesion de psicoturismo. El detalle de la prosa casi me hace poder vivenciarlo con vos.
Saludos Poli.
jesucenteno: me gusta la descripción desde esa irreconciliable sensació de resistirse al impulso del párvulo. Ese inicio marca el relato, y la vuelta; que es vuelta por haber ido, es lo que Manuel tenía por decirte. Buena historia, y bien por el cuarzo y el cardón. Tá bueno, cabeza. Yo, Guillermo
Me parecio genial la descripcion que fuiste haciendo del viaje y los paisajes a lo largo del post, me encantaria poder visitar humahuaca, hay que ver si la Berlingo se la aguanta hasta alla
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