jueves, 19 de abril de 2012

Tres cuentos para la Eleonora. Parte II

La decisión de Sara Dicen que cuando Turmalina, la yegua, estaba preñada de Jaspe, la yegüita alazana protagonista de esta historia, solía pastar a la luz de la luna. Dicen que eso fue lo que la hizo parir una hija prodigiosa. Lean esta historia y juzguen por ustedes mismos. La mañana en que Jaspe nació, Sara, su dueña, no quiso ir a la escuela. Se levantó antes que amaneciera, se tomó volando el desayuno y se fue al establo a esperar el alumbramiento. La noche anterior Venancio, el cuidador de los caballos de la finca se había asomado a la ventana de la cocina y le había dicho: - Sara, la Turmalina está inquieta, seguro que va a parir por la mañana. La niña hacía mucho que esperaba ese momento, desde que su madre le había dicho que la cría de la yegua le pertenecería y que debía ir pensando un nombre. A las 7,34 de una mañana de octubre nació Jaspe, después de un rato de vacilaciones, ayudada por las lamidas de su madre, logró mantenerse en pie lo suficiente para empezar a mamar. Dicen que esa leche tenía semillas de luna. Sara casi no podía respirar de la emoción. - Te vas a llamar Jaspe- le dijo, pero la potrillita estaba atareada con la teta y no le dedicó ni una mirada con sus ojos aterciopelados. Desde ese día sin faltar ni uno, después de desayunar y antes de irse a la escuela, la niña visitaba un rato al animal. Los fines de semana se pasaba las horas tirada en el potrero de alfalfa, leyendo un libro y viendo como la potrilla pastaba junto a su madre en un aire lleno de mariposas y del zumbido de las abejas. Tenía el hocico como de esponja rosada y una mancha, en forma de estrella, en la frente. Al poco tiempo ya se dejaba acariciar por la nena y la seguía en busca de una zanahoria tierna que Sara le ofrecía. -Ustedes son inseparables-le decía Genoveva, su mamá. Y la niña sonreía feliz. Un día, como cualquier otro, cuando fue a visitar a Jaspe al pesebre, encontró una estrella de papel junto al animal. La niña se quedó boquiabierta y con los ojos como platos. En ese momento fue que supo, ni ella sabía como, que la estrella de papel había sido hecha por la potranca. -¡La hiciste vos! Jaspe, como quien no quiere la cosa, masticaba unas hojitas de trébol. -¡Mamá, mamá-corrió hacia la casa-, mirá lo que hizo la Jaspe! La Madre miró el pedazo de papel que traía la niña. -Una estrella, Mamá Y la hizo la Jaspe -Sarita, hija, los caballos no hacen estrellas de papel. Cómo va a cortar una estrella con esos cascos tan gruesos? -Mami, estoy segura. -Pero eso es imposible, hija-la tranquilizó la madre que nunca había visto a Sara tan segura de algo. La niña volvió junto a la potrilla y la abrazó por el pescuezo. -Yo estoy segura que fuiste vos. Vas a ser famosa en el mundo entero. La Jaspe resopló y continuó con su tarea de comer brotes tiernos. Sara guardó la estrella en su caja secreta debajo de la cama. Al tiempito…otra estrella junto a la Jaspe. La niña corrió junto a su madre y, sin decir ni una palabra, le mostró la nueva estrella. Genoveva meneó la cabeza un poco por disgusto y un poco por incredulidad: ¿su hija se estaba volviendo un poco loca? -Basta, Sara, andá a hacer los deberes y olvidáte de esas tonterías, ¿querés? Pero, ¿cómo olvidarse que su yegua fabricaba estrellas de papel? Colocó la estrella junto a la otra en su caja secreta. Una noche en su casa se dio una gran fiesta. Vinieron personajes y amigos de todas partes. Sara, después de comer un montón de cosas ricas y llenarse la panza de gaseosas, se aburría un poco. En la otra punta del comedor había un chico sentado, también con cara de aburrido. Era muy apuesto y usaba un pantalón de explorador y una remera a rayas. Sara, que no era nada tímida, se le acercó y lo invitó a ver la noche. -¿Te aburrís como yo?-le preguntó cuando estaban sentados en la galería. -Casi todo me aburre, ya he visto casi todo-dijo Ramiro, con cara de aburrimiento. -Yo tengo un secreto-se le escapó a ella. Pero nadie lo sabe. Bah, mi mamá lo sabe pero no me cree. -Los padres ya no creen en nada-añadió él. Son grandes. -¿Querés que te lo cuente?-insinuó Sara. -Bueno, dale, con tal de no estar taaan aburrido… -Yo tengo una yegüita que hace estrellas de papel. Ramiro la miró como miran los chicos a uno 3 o 4 años menor que se hiciera pis en la cama. Pero, no dijo nada. Sara entró en la casa y al momento volvió con dos estrellas de papel. -Eso no prueba nada-dijo él con aires de suficiencia. La niña quedó en silencio, desalentada. Tal vez Ramiro fuera grande también. Se le ocurrió que tal vez si el niño viera la potrilla se convenciera. ¡Era tan linda! Fueron juntos hacia la caballeriza. Sara segura, acostumbrada a andar en la oscuridad; Ramiro, que era un chico de la ciudad y en la noche veía tele, temblaba como una hoja ante cada ruido, ante cada luciérnaga. No era muy valiente que digamos, pero ya estaba siendo atrapado por la curiosidad. Los caballos descansaban, sus movimientos eran delicados y olían a pasto. La Jaspe cuando oyó a Sara se acercó olisqueando con sus belfos de esponja rosada. Junto a ella, a un costadito, había una blanca, frágil estrella de papel. -¿Ves? Acá hay una-casi gritó la niña. Ramiro la tomó en sus manos. Un pedacito de papel que no pesaba nada. -¡Es verdad!- exclamó con su voz de niño. De repente, él también, supo, sin saber muy bien como, que la estrella de papel había sido hecha por la potranca. Ahora bien, los padres de Ramiro eran gente muuuy importante. Don Martín Pipiolo, su padre, era periodista de la televisión y siempre estaba entrevistando a políticos, cantantes y deportistas famosos; Susana Percha, su madre era actriz y había hecho varias películas de esas que se ven cuando se duermen los chicos. Su hijo, único, era su consentido. Cómo era gente muy ocupada y casi no tenían tiempo para jugar o charlar con él, le daban el gusto en todos sus caprichos, que eran muchos y variados. Por eso, cuando Ramiro, con los ojos radiantes de emoción, volvió a la fiesta acompañado de su amiguita, con una estrella de papel en la mano y dijo: “Papá quiero que traigan a todas las cámaras de la tele para que todo el mundo conozca a la Jaspe, la yegüa de Sara que hace estas estrellas”, le dijeron que sí, que mañana sin falta, lo que vos quieras, hijito, y siguieron bebiendo champán y riendo con los otros invitados. Los dos niños sin poder frenar la exaltación se fueron a la habitación a jugar a los almohadonzazos. - La van a ver en la televisión de Estados Unidos y se van a volver locos-dijo él mientras le revoleaba un almohadón por la cabeza. - Y en Europa-dijo ella protegiéndose detrás de su cama. - Van a venir científicos a estudiarla, seguro que la van a querer llevar a las universidades de todas partes- apostó él mientras esquivaba una muñeca-proyectil. - Y millonarios excéntricos- decía Sara, saltando sobre la cama. - Y miles de curiosos. - Y… Cuando la fiesta terminó y se fueron los invitados, Genoveva que se dormía parada, vino a acomodar el desorden del cuarto de Sara. La niña estaba acostada y miraba el techo, pero en realidad imaginaba las fotos de la Jaspe y sus propias declaraciones a la prensa. “Niña propietaria de yegua prodigiosa” imaginaba los titulares de los diarios. Tenía las mejillas coloradas. - Buenas noches, mi amor, que duermas bien. - Buenas noches, Mami, vos también. La madre apagó la luz de la habitación, después las de toda la casa y se acostó. Se durmió pensando en el éxito de la fiesta. Pero Sara no podía dormir. Sacó su caja secreta de debajo de la cama y miró las tres estrellas. Tenía que ver a la Jaspe y contarle todo. Se puso sus zapatillas y, en camisón, salió a la noche. El establo estaba cálido y olía a pasto. Los animales descansaban. La potranca se acercó a olisquearla. La niña la abrazó. El corazón de la Jaspe latía tranquilo y pausado. Un corazón libre y puro de un caballo. El silencio, después de la agitación de la fiesta, olía a pasto. Sara sintió que el silencio era algo que entraba en su cuerpo por todos los poros. No quiso romperlo. Entonces, en la quietud de la noche, comprendió: si ella daba a conocer el don de hacer estrellas que tenía su yegua, la Jaspe perdería la paz, estaría todo el día bajo los flashes de los fotógrafos, las miradas de miles de curiosos, el ir y venir de autos, el griterío de cientos de chicos y grandes. Se dio cuenta que a la Jaspe lo único que quería era pastar, jugar con las mariposas y dejar que el viento rozara sus crines. Tal vez, un poco más grande, dejarse montar por ella, recorrer lugares desconocidos, llenos de olor a menta y a alfalfa, tomar agua de arroyos cristalinos, ver amanecer junto a algún potro tan apuesto como su padre, el legendario Rififí. Más grande todavía, parir una cría de hocico de esponja rosada como ella. O sea vivir una vida de caballo en paz. Y seguir haciendo estrellas en secreto Por la mañana, durante el desayuno, le dijo a Genoveva: - Mami, no quiero que la Jaspe sea famosa, quiero que viva su vida en paz. ¿Le podés avisar a los padres de Ramiro, que aunque se enoje, no quiero que nadie moleste a la Jaspe? - Por supuesto, mi amor-le contestó la madre, abrazándola con ternura y comprendiendo que su hija tenía un corazón tan puro y libre como el de los caballos. Estoy orgullosa de vos, hija. Pasaron los años, la Jaspe creció pastando entre mariposas, cuando fue adulta recorrió los campos montada por la niña que también iba creciendo, conoció un hermoso corcel y tuvo un potrillo del más bello pelaje rosillo y, a su antojo, en secreto, siguió haciendo estrellas de papel: Once a lo largo de su vida. Sara, ya toda una mujer, terminó sus estudios y se fue a vivir a la ciudad. Entre sus cosas se llevó la caja secreta. Cuando, una tarde triste, revisando sus cosas, abrió la caja y no encontró las estrellas de papel, tuvo un presentimiento y no pudo contener las lágrimas. Abrió la ventana. Recortadas contra la noche, once estrellas nuevas en el cielo formaban la figura de la Jaspe. -Ahora pastorea en el cielo de los caballos-comprendió. Su corazón, puro y libre, como el de un caballo, palpitaba con secreta alegría.

3 comentarios:

indiatuel dijo...

ahora los leo, pero los dos sorprendidos así, están preciosos. los beso y a ella me la como a besos.

Liliana dijo...

Bellísimo. Da como para tener nietos y contárselo. Habrá que avisarle a mis hijos.
Abrazo, primo.

gamelijams dijo...

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