sábado, 18 de mayo de 2013

Un safari en el corazón del vino.

Antes que nada, una introducción con ribetes filosóficos que puede ser salteada por el lector pero que me ayuda a entender qué hago. Ir en busca de un vino, hacia su origen, es ir hacia la gente. Uno encuentra gente que forma parte del paisaje y gente que transforma el paisaje en un espejismo, en una ilusión. Entre los primeros se encuentran todos aquellos que nacieron, se criaron y viven en el vino y sus circunstancias. Se ocupan y desvelan por cosas tales como heladas tardías, podas, fermentaciones, cepajes. Como si su destino estuviera enredado a los zarcillos de las vides. El vino es esa vida milenaria que los atraviesa, que los forma en familias, les marca los festejos y los quebrantos. El vino para ellos es un sentido y un fin. Los segundos, en cambio, ven en la producción de vino un medio, un vehículo ostentoso que los lleva a sus destinos particulares y del que se bajan al llegar. Lo que dije hasta aquí, creo, explica lo siguiente. Primera parada: Achaval Ferrer. La finca Bella Vista y la bodega se encuentran en la ribera este del río Mendoza, en el distrito de Perdriel. El paisaje, con la cordillera de Los Andes al fondo, hace honor al nombre de la finca que tiene 5 hectáreas de malbec de más de 100 años. Es sábado, pasado el mediodía y una docena de autos y remises lujosos, están estacionados en el sendero enripiado que lleva a la bodega. Al entrar a la recepción, uno se encuentra con el ajetreo de grupos de turistas que se dejan guiar, en varios idiomas, por los empleados de ventas de la firma. Las oficinas y la sala de degustación están impecablemente decoradas. El enólogo es Santiago Achaval, supervisado por el italiano Roberto Cipresso. Después de unos quince minutos de espera, finalmente, soy atendido. Van poniendo ante mí las joyas de la casa en orden creciente de costo y puntuación Parker: malbec 2012 Mendoza (hecho con la mezcla de la producción de ese varietal proveniente de las fincas de la empresa) 92 puntos Parker; Quimera 2011, un blend de malbec, cabernet, merlot y cabernet franc, 94 puntos P.; Finca Mirador 2011, un malbec de Medrano, junto al río Tunuyan.; Finca Bella Vista 2011, malbec del lugar, y Finca Altamira 2011, de 99 puntos Parker, todavía no embotellado. Los tres últimos dicen tener 18 meses en barrica y un año en botella. No me cierran las fechas. Los tres son impresionantes, pero están crudos todavía, ásperos. Me dice el guía que van a alcanzar su mejor estado dentro de cinco años. No hay en stock añadas anteriores. Han vendido todo. Salvo algunas botellas. Los precios en la bodega superan los 600 pesos. Le pregunto al guía si hay gente que piensa invertir ese dinero en una botella que recién podrá beber dentro de cinco años. Sonríe y asiente. Hay gente para todo. Abandono Achaval Ferrer, pensando en volver tras esa Quimera. Me llevo un interesante gusto a vino y la amable sonrisa calcada de todos los vendedores. Segunda parada: Carmelo Patti A las 4 de la tarde llego a la bodega El Lagar, de Patti. El hombre está atendiendo a una media docena de turistas. Hace probar sus vinos, cuenta sus historias. Al verme, me describe como un escritor del vino, que le ha preparado unas glosas en su honor. Me abraza, me insta a leer. Leo. Al finalizar, hay aplausos. La mayoría de los presentes no habla castellano. Más abrazos, más vino. Otra vez me olvidé la cámara. Un brasileño me saca una foto junto a Patti y me promete enviármela por mail. El gran assemblage 2004 de Carmelo Patti es impresionante. Todo junto y por partes. Un blend perfecto de cabernet, malbec, merlot y cabernet franc. Están juntos desde hace 9 años y parece que es un matrimonio de esos que cada vez se lleva mejor. No dejan de llegar turistas. A todos les debo leer lo escrito. Finalmente, Carmelo me lleva a su escritorio laboratorio y puedo cerrar la operación de compra. Los visitantes, mientras, beben a discreción en la sala de al lado. Después de un interminable llenado de remitos, Patti me deja sólo contando el dinero. “Cuente tranquilo y déjemelo en el escritorio. Voy a atender a la gente”, me dice. Sobre la mesada del laboratorio veo una manzana por la mitad, una pera y una bolsita de nylon que, adivino, contenía un sándwich. El frugal almuerzo del Maestro. Antes de irme me hace leer por enésima vez el escrito. El aplauso más efusivo es el del chofer de remise que anda llevando turistas por los caminos del vino. “Siempre termino viniendo aquí. Este hombre es increíble. Siempre me sorprende con algo nuevo”, me confiesa. Bonus track: Emilio Giaquinta Decidí, para variar, volver por Tupungato. Allí tuve el gusto de cenar y compartir con Emilio Giaquinta. Su padre vino de Sicilia y fue contratista de viña (obrero). A fines de los 50 compró 60 hectáreas de campo y las convirtió en viñedos. En 1968, junto a sus dos hijos, inauguró la Bodega Familia Giaquinta. El día en que se hizo el primer fraccionamiento, cuando salió la primera botella, murió de un súbito edema pulmonar. Emilio y su hermano, desde entonces, ampliaron la bodega y los viñedos. Tienen 87 hectáreas en el mejor lugar de Tupungato. Allí hay malbec, cabernet, merlot, bonarda, syrah, pinot noir, Pedro Ximenez, torrontés y chardonnay. La mayoría de su producción es en damajuanas y son líderes en ese ramo en Mendoza, Córdoba y Santa Fe. Sólo una pequeña partida de malbec se estaciona en barrica francesa. Todos los vinos son de gran calidad. El hombre representa, como dirigente, a las 73 bodegas que hay en el Valle de Uco, incluidas Salentein, Lurton, Sophenia, Atamisque, Clos de los 7, etc. Llegó a su casa, de la bodega, a las 9 de la noche del sábado, en un Bora 2008 y en ropa de trabajo. A las 8 de la mañana del domingo, lo acompañé a controlar la fermentación del Pedro Ximenez. Cuando le conté los precios de Achaval, sonrió y me dijo. “El vino más caro que tenemos nosotros vale 60 pesos la botella”. Cuando le indagué por el boom del Valle de Uco, sostuvo: “Hay muchos paracaidistas que vienen por los precios de las tierras, pero esto si uno no lo siente, si no lo vive como una pasión, no sirve. Los paracaidistas no van a durar” En la cena, mientras hablábamos de vino, tomamos su malbec FG (en honor a su padre, Francisco Giaquinta). Me pareció delicioso. Y el personaje también.

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