viernes, 4 de abril de 2014

Justicia revolucionaria

Hace veinte años la casa de Sevillano ya era una ruina. En esa época criaba una nutria en una habitación y no le importaba que el padrillo entrara y se quedara parado junto a nosotros, escuchando historias junto a la chimenea. Un caballo entendido, como se dice.
A Sevillano lo único que le interesa, todavía hoy, es contar historias, caminar sobre un alambre entre dos ciruelos y hacerse entender por los animales. No digo que todos, pero muchos lo entienden. Sevillano se lleva mejor con las bestias que con los humanos, a pesar de que su lenguaje es pulido, cuidadoso. Hace mucho que ha abandonado los ritos humanos del aseo y el orden.
Esa noche hablábamos de bueyes perdidos y caballos enterados. Fumábamos echando el humo al fuego y tomábamos unos mates asquerosos, puros yuyos y azúcar.
-        Usted conoció a Benitez?- me soltó de repente.
Asentí. Sí, claro, yo conocí a Benitez. Era un personaje que vivía en Los Coroneles. Me pasé una tarde escuchándolo despotricar contra los curas del seminario del verbo encarnado que “andaban canta que te canta, con un montón de zampas atrás y algún niño olvidado bajo las sotanas, fíjate tú”. Decía que los curas que no se casan deberían ser capados para que no hagan daño. Que él estaba dispuesto a hacerle ese favor a la humanidad.
-        Y a don Claudio Peirá, lo conoció?-preguntó al rato Sevillano.
Volví a asentir. Sí, también conocí a Peirá. Era un catalán comunista que tenía una bandera roja flameando en su patio junto al río Diamante. Era amigo de mi padre y una vez vino a podar los durazneros. Podaba parado arriba de un caballo, pero eso ya lo he contado. También he contado que había llevado una bala en un tobillo por más de cuarenta años. Esa bala le valdría, cuando llegara el tiempo de la justicia, una condecoración: se la habían encajado los milicos durante una manifestación a favor de la República Española.

-        Resulta que Benitez- prosiguió Sevillano-, una vez, me pidió un carro que era de mi padre. Cómo pasaba el tiempo, años le diría, sin que me lo devolviera, decidí llevar un testigo. Para que viera que la negativa de Benitez a devolverme el carro era un puro capricho, vió?

El caballo se revolvió en su lugar junto a la estufa, muy entendido el animal.
-        Lo fui a ver a don Claudio y le pedí que me acompañara hasta lo de Benitez. Conociéndolo a don Claudio, le advertí que guardara silencio, que no hiciera comentarios, que sólo atestiguara que Benitez no tenía argumentos para mantener el carro de mi padre en su poder.
-        Y aceptó?
-        Sí, desgraciadamente. Mire lo que pasó: llegamos allá, aparece Benitez, le digo lo que siempre le decía, que ese carro que él tenía en el fondo de la finca era mío, porque había pertenecido a mi difunto padre. Me contestó que el carro ya llevaba varios años ahí, que más que nada había sido una molestia, que él lo había cuidado. En fin, que no me lo devolvería. Entonces, contra lo que habíamos convenido, empezó a hablar don Claudio. No lo pude hacer callar. Sabe que dijo?
-        Qué?
-        Que en una sociedad comunista vendría una autoridad y me entregaría el carro ya que yo era el legítimo dueño, y que además vendría otra autoridad y lo colgaría a Benítez del hueso del culo de un sauce, por aprovechador.
-        Y que hizo Benitez?
-        Nos sacó recagando, nos dijo que él no tenía tiempo para perder. Por el camino de vuelta yo le iba diciendo a Peirá: Le dije, don Claudio que no abriera la boca.
-        Y él?
-        El sonreía, callado, seguro de haber hecho lo correcto.
El caballo dió media vuelta y encaró hacia la salida de la casa. Ante las llamas de ciruelo que ardían en la chimenea, los ojos de Sevillano buscaban respuestas. Meneó la cabeza. Sonrió con nostalgia.
-        Nunca recuperé el carro de mi padre-dijo, por fin.

Benitez murió odiando a los curas y, creo, sin haber capado a ninguno; Peirá no pudo ver el advenimiento del comunismo en nuestro país, murió, digno y altivo, con la bala represora entre sus huesos; a Sevillano lo veo de vez en vez en una bicicleta con motor por los terragales de Cuadro Benegas. Siempre me saluda. Vive en ruinas.

3 comentarios:

marguerit dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
marguerit dijo...

Ja ja jaaaa!!Tal cual!!!!Vive Sevilla??:) :(

indiatuel dijo...

tus cuentos siempre , no se por qué razón me llevan a tu casa, al salón y a una noche en la finca que pasamos con el Ñacu y otros personajes más. Gracias por tus relatos.