Tenía 20 años y era un episódico jugador de
fútbol.
Éramos campeones del mundo y también un pueblo
desesperado por los gritos de espanto; un pueblo donde ser joven era estar
cerca de la muerte o estar muerto. Una tierra arrasada.
Yo jugaba a la rebeldía más que al fútbol, pero
en el fútbol disfrutaba de unos módicos logros. No a ganar o a perder, no.
Nunca aprendí eso. El triunfo y la derrota, ya lo sabía, eran sólo estados del
juego, azares. No jugaba a eso, no juego a eso. Mis logros futbolísticos eran
evanescentes y por eso, celosamente los llevo guardados. Jugar a la pelota es,
para mí, algo trascendente: equivocarme en un pase o en una decisión me llena
de angustia. La media docena de jugadas afortunadas que hago por partido, colman
mis horas posteriores y me endulzan los momentos previos al sueño. Y eso vale
todo el empeño, las patadas, el acido láctico que me convierte en una suerte de
robocop cuando me levanto al baño a mear en la noche. Mi orgullo son esas
jugadas. Es como conquistar a la linda.
Soy del montón, tirando a bueno. Mis límites,
también, son de montón. Ni tan tan, ni tampoco tan poco.
En esos días en que me sacaron la foto habíamos
armado un malón de alborotadores, borrachines y fumones, para jugar a la
pelota. Alguien, que todos tenían sus contactos con el submundo, armó un
partido con los oficiales y suboficiales asentados en el 7º de caballería(es curioso,
ahí tuvieron desaparecido a mi padre un tiempo; ahí trabajo ahora, que se ha
civilizado el espacio).
Nos llevaban, jugábamos, comíamos un asado
provisto por las arcas del estado en el casino de oficiales y nos traían de nuevo al centro. Ese era el
trato.
En el trato no estaba que les ganáramos 5 a 1,
que yo hiciera tres goles, que nos emborracháramos con una damajuana de infame vino rosado al final del partido. Pero
pasó. Y además pasó que, por casualidad, dentro del regimiento, ya
completamente ebrios, viéramos como raneaban a un colimba amigo. Uno de
nosotros, no me acuerdo si el Pin o el Miguel, se bajó del Mercedes verde que
nos iba a llevar a casa, a pegarle unas trompadas al cabo o lo que carajo fuera
el verdugo. Y entonces pasó esa jugada, que también llevo en el bolsillito del
pecho. Quince inadaptados, marginales, subversivos, gritando, vomitando, meando,
piña va, piña viene, dentro del regimiento.
Nos
subieron, luego, no recuerdo como, al camión y nos despacharon hacia el centro de la Ciudad. La
gente que vio pasar a ese camión del ejército se restregaba los ojos. En ese
camión del ejército, utilizado siempre para la muerte, se cantaba: “se va a
acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”. Se cantaba. Y se reía.
No nos podían matar a todos, después de todo.
Que lo supiera el mundo.
Todos menos yo terminaron en una comisaría. Yo,
puteando y vomitando en el baño de la casa del Tochi. Odiando que el alcohol me
arruinara la felicidad. Tres goles, la puta madre, y a los milicos. Quién me
quita lo cantado?
Esto viene a cuento porque quería hablar del
mundial. El global, mejor dicho.
Después de la foto vinieron el de España, el de
Mexico (quién le quita al Diego el gol a los ingleses), el de Italia, el de
EEUU, el de Francia, el de Corea Japón, el de Alemania y el de Sudáfrica. Ahora
el de Brasil.
Y mis sentimientos son encontrados. Estaré,
como un orate, frente al televisor, gritando y puteando. Seguro que asustaré a
los niños con esos arranques. Pero, me pregunto, estos pibes, son de verdad?
Tienen un barrio, unos amigos, unos padres, una patria, en suma, por la cual
jugarse las flores más sagradas de la juventud? Son de los nuestros? Saben de
que hablo?
No digo ganar o perder, que eso son azares,
digo la gloria, digo la euforia, digo, buscarán trascender?
Recordarán la tierra, el dolor, los estragos de
la pobreza, nuestra tan nuestra manera de estar en el mundo? Que así sea, que
sólo así sea, y como dice mi tío Ruso, a la cancha y con nobleza!
2 comentarios:
Maravilloso recuerdo Poly. Qué lindo escribís y vaya vida que has llevado.
Un agradecido abrazo, hermano. Y después de jugar, estirá lo musculos, a ver si asustas gente caminando de mala manera cuando te levantas a mear.
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